El vello facial no sirve para absolutamente nada

Si bien el vello púbico tiene función protectora y el pelo mantiene tu temperatura estable, el vello facial parece existir únicamente por motivos decorativos.

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En realidad, solo hay dos tipos de vello facial: la barba y el bigote. Cada vello facial que hayas visto a lo largo de tu vida es uno de los dos o la combinación de ambos.

Piensa en ello como parte de una taxonomía linneana de rasgos humanos que acabamos de inventar -pero que en realidad tiene mucho sentido-, donde el vello facial es una familia, las barbas y los bigotes son géneros independientes y sus muchas variedades son especies individuales que podrían entrecruzarse

Una tabla muestra 36 tipos diferentes de vello facial: catorce bigotes, doce barbas, nueve híbridos barba-bigote y un rostro afeitado. Esta tabla también reveló algo en lo que no habíamos pensado antes: el vello facial no parece particularmente funcional. Y si eso es cierto, entonces la pregunta es la siguiente: ¿Por qué nos lo dejamos crecer?

El vello facial no es un rasgo físico humano funcional, al contrario de lo que hemos creído durante muchos años. Es puramente ornamental. De hecho, de todas las características físicas del cuerpo humano, incluidos otros tipos de vello y pelo, el vello facial es el único que es pura o principalmente ornamental.

Es decir, en realidad no hace nada ni realiza ningún tipo de función fisiológica específica. Echa un vistazo rápido a lo que hace el resto de nuestro vello por tipo:

El vello corporal ayuda con la termorregulación.

El cabello de la cabeza protege el cuero cabelludo del sol, pero también atrapa el calor si estás en un clima frío.

Las pestañas son como cortinas de red para los ojos: mantienen fuera a los insectos, al polvo y a las pequeñas partículas de escombros cuando estos están abiertos.

Las cejas impiden que el sudor entre en sus ojos.

El vello de las axilas, técnicamente llamado vello “axilar”, acumula y disemina feromonas mientras actúa como el WD-40 del vello corporal: reduciendo la fricción entre la piel de la parte inferior del brazo y la piel del costado del pecho mientras caminamos y balanceamos los brazos.

El vello púbico también ayuda a reducir la fricción y proporciona una capa de protección contra las bacterias y otros patógenos.

¿Pero el vello facial? Te habrás dado cuenta de que no aparece en esa práctica lista de rasgos peludos adaptativos.

En las primeras investigaciones, los biólogos evolucionistas pensaron que podría tener fines termorreguladores o profilácticos similares al vello corporal y púbico. Las barbas y los bigotes crecen alrededor de la boca, al fin y al cabo, y la boca absorbe comida y otras partículas que pueden transmitir enfermedades. Las barbas y los bigotes también crecen alrededor de la cara, que está conectada a la cabeza, que pierde mucho calor si no está cubierta de pelo. Tiene sentido si lo enfocas de esta manera.

Excepto que hay un problema con esta teoría: deja fuera al 50% de la población, es decir, a las mujeres.

Si el vello facial estuviera destinado a realizar funciones importantes, estaría presente en ambos sexos. En cambio, el vello facial grueso y maduro está presente casi exclusivamente en la mitad masculina de la especie, y su único trabajo es sentarse en la cara de su portador como una señal para todos los que se cruzan en su camino.

¿Qué mensajes manda el vello facial?

Bueno, aquí es donde todo se complica un poco en lo que respecta a los rasgos ornamentales. El profesor de la Universidad de Nuevo México Geoffrey Miller, uno de los psicólogos evolutivos más destacados en el campo, lo expresó de esta manera: “Las dos principales explicaciones para el vello facial masculino son la atracción intersexual (atraer a las mujeres) y la competencia intrasexual (intimidar a los hombres rivales)”.

Básicamente, el vello facial lanza dos mensajes muy diferentes: uno para las parejas potenciales (virilidad y madurez sexual) y otro para los rivales potenciales (sabiduría o piedad). En conjunto, estas señales confieren su propia marca de estatus elevado a los hombres con los bigotes más majestuosos o las barbas más grandes y fornidas.

La señal que envía el vello facial tiende a ser más fuerte y más confiable entre hombres, que suelen ser rivales.  Como ocurre con todo. Es decir, si estás en un lugar donde hay muchas barbas (como una convención de leñadores), una cara bien afeitada será más atractiva, pero si estás rodeado de caras desnudas, entonces una barba es tu mejor apuesta.

En genética evolutiva, esto se llama “dependencia de frecuencia negativa” (NFD), que es un término científico que se emplea para explicar la idea de que un rasgo tiende a ser una ventaja cuando es extraño.  Lo mismo ocurre con un rasgo con selección NFD. El rasgo pasa de luchar por su vida a ser el alma de la fiesta. La desventaja es que la ventaja competitiva puede aparecer muy rápidamente en el resto de la población, por lo que pierde su rareza y se vuelve común.

A lo largo de la historia, las personas se han dejado crecer o afeitado el vello facial como respuesta a las elecciones de sus enemigos y rivales. Los antiguos romanos se afeitaron durante 400 años porque los antiguos griegos, sus rivales durante el período helenístico, celebraban las barbas como símbolos de estatus elevado y nobleza. Durante los 270 años que los ingleses vivieron bajo la amenaza de la invasión vikinga (y, en algunas partes, en realidad vivieron bajo el dominio vikingo), un período que va del 793 al 1066 d.C., afeitarse fue su reacción a sus invasores vikingos barbudos. Durante la Reforma Protestante, muchos protestantes se dejaron crecer la barba en protesta contra el catolicismo, culto en el que sacerdotes solían estar bien afeitados.

Lo que es aún más fascinante es el gran impacto que han tenido los gobernantes y otras personas de alto estatus en las tendencias del vello facial. El emperador Adriano devolvió las barbas a Roma en el siglo II d.C., y toda la clase dirigente del Imperio Romano hizo lo mismo, incluidos varios sucesores de Adriano. En la Edad Media, Enrique V fue el primer rey de Inglaterra en ir bien afeitado, y como era un gran monarca, la sociedad inglesa y los siete reyes posteriores siguieron sus pasos imberbes. No fue hasta que llegó Enrique VIII, en toda su gloria egoísta, libertina y asesina, que la barba volvió, sin duda, como una forma de distinguirse de sus predecesores.

No es solo el vello facial el rasgo gracias al cual los gobernantes y otras personas de alto estatus han generado un impacto en las elecciones de quienes los rodean y de las generaciones venideras. También puedes verlo en la evolución de “peinados” faciales específicos.

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