Adicción sexual

Masturbación, porno y cibersexo constante: cuando el sexo funciona como anestesia

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Daniel, de 40 años, trabaja en una empresa multinacional por objetivos y se siente presionado porque nunca llega a tiempo con los plazos de entrega, trabaja desde su casa por la pandemia. En simultáneo a sus tareas, tiene abiertas páginas pornográficas y aplicaciones de citas en las que tiene un perfil en la que no muestra su cara, sino sus abdominales y sus tatuajes. Siempre busca encontrarse con alguien, le da lo mismo si es mujer u hombre, lo que necesita es tener sexo para calmarse. Siente mucha ansiedad por su trabajo y en el último tiempo le preocupa ver que sus amigos han formado familias y él todavía no encuentra pareja; ha tenido relaciones sexuales sin protección e incluso ha ido a lugares muy peligrosos en los que lo robaron y casi lo matan, pero manifiesta que no puede parar, que si no lo hace se pone muy nervioso, no puede dormir y al otro día no puede concentrarse para trabajar.

Vivimos en un mundo en el que la sexualidad ocupa un espacio muy importante. El ser humano es una de las pocas especies que ha evolucionado la manera de relacionarse sexualmente, alargando los tiempos de los encuentros para disfrutarlos más; también hizo un cambio significativo en la posición, pasando a estar de frente y mirarse, fundando así la intimidad, como una atmósfera ideal para estar con otro. Así, trascendió la reproducción como único objetivo, tal como sucede en aquellas especies en las que el apareamiento debe ocurrir rápido, frente al acecho de los distintos peligros que los rodean.

¿Quién diría que venimos de allí, cuando nuestra sexualidad se volvió tan rica y, a la vez, compleja? Resulta muy interesante reflexionar cómo una conducta instintiva y de supervivencia de la especie se volvió un acto de demostración de amor, donde no solo existe el coito, sino también los besos, abrazos y caricias, más allá del cortejo previo, que también se da en otros seres.

Mirarse, acariciarse, besarse transforman al sexo en sexualidad y a la sexualidad en un encuentro, que para que suceda requiere, además de tiempo, personas que posean buena autoestima, se sientan seguras y, además, puedan expresar sus sentimientos a través de sus cuerpos. El encuentro de dos cuerpos parece sencillo, pero cuando en ese acto se pone en juego nuestra autovaloración y la mirada externa aparecen las disfunciones sexuales.

Las personas que padecen este trastorno sienten mucha ansiedad y tienen conductas impulsivas que los llevan solamente a pensar en ellos y su gratificación, sintiéndose vacíos nuevamente al poco tiempo de saciar estos impulsos.

Hipersexualidad o adicción al sexo

Aunque al hablar de adicciones rápidamente asociemos estas con consumo de drogas o alcohol, existe una disfunción dentro del terreno de la sexualidad que tiene que ver con este tipo de conductas compulsivas y que es la adicción sexual. Las personas que padecen este tipo de trastorno, aunque en algunas esferas puedan considerarlas como “afortunados/as” por tener una vida sexual muy activa, realmente sufren; y si no son tomadas en serio y tratadas, pueden dañar su autoestima, sus vínculos, sus parejas y familias y hasta sus trabajos por este tipo de conductas compulsivas que no pueden controlar.

Así como el consumo de alcohol en una medida moderada puede ser placentero, con la sexualidad ocurre algo similar; la masturbación, el encuentro con otras personas, las fantasías, el cibersexo y la pornografía pueden ser considerados herramientas para complementar o amplificar nuestro disfrute.

Cuando estas conductas sexuales se transforman en algo constante que impide el desarrollo de nuestra vida cotidiana más allá de la esfera sexual, estaremos hablando de un trastorno de hipersexualidad o de una adicción sexual, en las que en vez de hacer uso de estas prácticas placenteras, se termine abusando de las mismas, teniendo así un vínculo con la sexualidad compulsivo.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) en junio de 2018 agregó el comportamiento sexual compulsivo a su Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) definiéndola como “un patrón persistente de falla para controlar los deseos o impulsos sexuales intensos y repetitivos que resultan en un comportamiento sexual repetitivo”.

Las personas que padecen este trastorno sienten mucha ansiedad y tienen conductas impulsivas que los llevan solamente a pensar en ellos y su gratificación, sintiéndose vacíos nuevamente al poco tiempo de saciar estos impulsos. Esto lleva a que en muchos casos tengan graves problemas psicosociales y vinculares, como por ejemplo enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados, infidelidades, etc.

El sexo como anestesia

Debemos entender que siempre que hablamos de adicciones -tal como su palabra lo indica, con la “A” delante, que significa no, y dicción, que viene del hablar-, nos referimos a lo que no se habla, lo que no se dice. Como en el caso de cualquier conducta repetitiva, en el fondo, lo que se observa es un malestar emocional, que las personas que padecen estos trastornos, buscan aliviar, llevando a cabo estas prácticas de manera compulsiva para calmar ese malestar.

En una sociedad en la que debemos seguir adelante y hay poco espacio para hablar de lo que nos duele o nos preocupa, para muchos, la manera de poder continuar es “anestesiándose”.

La sexualidad puede convertirse en un caldo de cultivo para ser utilizada de esta manera, especialmente por los hombres, quienes son más proclives -según varias investigaciones- a padecer adicción sexual, ya que la misma los calma y hace sentir -aunque sea por momentos- elegidos y potentes; aunque después, nuevamente, se encuentren con el vacío existencial, hasta que mediante un tratamiento psicológico y sexológico realmente puedan ocuparse de los malestares emocionales y corregir sus conductas sexuales, aprendiendo a vincularse de manera más empática.

Adicción sexual: cuándo buscar ayuda

Para determinar si resulta pertinente una consulta profesional, debemos preguntarnos acerca de si podemos controlar nuestros impulsos, si nuestras conductas sexuales nos provocan ansiedad, dañan nuestras relaciones o afectan nuestros trabajos e, inclusive, reflexionar acerca de si nuestra conducta sexual es algo que tratamos de mantener de manera oculta. También será necesario verificar los síntomas característicos de la adicción sexual, como:

-Tener fantasías, conductas sexuales e impulsos intensos y recurrentes que consumen mucho tiempo y son incontrolables.
-Sentirse atraído a ciertas prácticas sexuales en las que inmediatamente ocurridas se experimenta una liberación de tensión y prácticamente al mismo tiempo un sentimiento de culpa o remordimiento.
-Haber intentado detener, reducir o controlar las fantasías, impulsos y conductas sexuales sin éxito.
-Uso de las conductas sexuales como una evasión de otros problemas como soledad, depresión, estrés o ansiedad.
-Dificultad para establecer y mantener relaciones saludables y estables.

La persistencia de estas conductas sexuales con conocimiento de las consecuencias graves que pueden conllevar, como la pérdida de relaciones importantes, problemas legales, contraer o contagiar enfermedades de transmisión sexual por relaciones sin protección, etc.

Aunque reconocer este tipo de problemática nos avergüence, un tratamiento adecuado, enmarcado dentro de la ética profesional, respetando la privacidad del paciente y generando la confianza para poder abordar esta situación, generará un marco terapéutico adecuado para trascender la conducta sexual compulsiva como un síntoma y comprender que, en el fondo, estas personas -como sucede prácticamente con todas las adicciones- necesitan hablar y ser escuchadas acerca de sus dolores sin ser juzgadas.

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