El mini reino gay y lésbico que se separó de Australia

 

Cada vez que hay un gran evento deportivo –un Mundial, un Juego Olímpico- además de lo que se dirime en las competencias se establece otro virtual certamen. Al tener la posibilidad de escucharlos con cierta frecuencia y todos juntos, el público se pregunta qué país tiene el mejor himno nacional. Están el Oíd Mortales y todas las canciones nacionales sudamericanas que se regodean en lo pomposo; Star Spangled Banner y God Save The Queen por el lado anglosajón; y también la preferida de muchos por méritos propios y por aquella escena de Casablanca (y también, claro, la de Escape a la Victoria): la Marsellesa. Pero no vale más la pena discutir cuál es el mejor himno. Esa discusión terminó. El Reino Gay y Lésbico de las Islas de Coral Sea (Gay and Lesbian Kingdom of the Coral Sea Islands) es el indiscutible ganador. Y si alguien lo escucha no sólo lo puede tararear de inmediato, sino que también cantará su letra tanto en inglés como en español. I Am What I Am. Soy lo soy no tengo que dar excusas por eso. La versión que se convirtió en la oficial del Reino es la más conocida de todas. La de Gloria Gaynor (la canción original formaba parte de la obra La Jaula de las Locas). El único país en tener como himno un tema disco. Jerry Herman, autor de la canción, cedió su utilización con mucho placer y orgullo. En recompensa obtuvo un título nobiliario de este reino.

Los símbolos nacionales se completaron con otra elección obvia: la bandera del arcoíris fue elegida como enseña patria.

El Reino Gay y Lésbico de las Islas de Coral Sea, que queda en el Pacífico, al noroeste de Australia, fue una micronación de vida fugaz. Se declaró su independencia en 2004. Y se disolvió 13 años después. En 2004, el Parlamento Australiano convalidó una ley que negaba derechos a los matrimonios homosexuales. El estado no reconocía las uniones de personas del mismo sexo. Eso, además de lo simbólico y del mensaje discriminatorio, tenía consecuencias prácticas complejas y perjudiciales para los que integraban esas parejas: carecían de derechos sucesorios, en caso de emergencias médicas no podían decidir sobre la vida de su pareja- sin importar los años de convivencia-, tampoco accedían a cobertura médica familiar y no podían adoptar hijos. Pocos días después de esta ley, ocurrió la secesión. Un grupo de activistas homosexuales tomó el arrecife Cato, una de las islas del Mar Coral. Y declaró el nacimiento de este particular Reino. La declaración de independencia, entre otras cosas, decía: “Australia mantiene leyes espantosas contra los homosexuales. Vivimos en un régimen similar al Apartheid que no se basa en el color de la piel sino en el color de nuestra sexualidad. La homofobia es racismo sexual. La homosexualidad no es un comportamiento que deba ser regulado. Es una identidad que debe ser respetada. Nosotros somos personas antes que nada. Trabajamos, vivimos nuestras vidas, amamos y tenemos relaciones. Tenemos familias”.

Esta iniciativa no sólo se produjo por esta ley. El estado australiano había demostrado en las últimas décadas una vocación por ignorar a los homosexuales y por negarle acceso a posibilidades e instituciones. El primer ministro lo había explicitado cuando se debatió una nueva ley de adopción: “Los homosexuales no pueden tener los mismos derechos que las parejas heterosexuales. Sus elecciones de vida hacen que dejen de lado algunas posibilidades, como la de criar hijos”

Esta declaración y la historia particular de este caso surgen del Atlas de Micronaciones de Graziano Graziani, recientemente editado por Ediciones Godot y traducido por el escritor Guillermo Piro. El libro reúne decenas de casos de estos pequeños sitios formados por un personaje o por un grupo chico de gente con pretensiones de ser reconocidos soberanamente. Algunos de estos fundadores sufren de delirios de grandeza, otros buscan un beneficio propio, están los que sólo son sofisticados estafadores y hasta los que lo hacen con aspiraciones artísticas. Una característica que comparten las micronaciones es que la historia de cada una de ellas parece obra de la ficción, inventada por una mente con mucha imaginación, pero todas son estrictamente reales como las de la Isla de Sark o la de Sealand.

Este Reino que nos ocupa surgió no de la picardía o de las ansias de buscar ventaja o evitar impuestos, sino de la necesidad de que los derechos de las minorías fueran reconocidos.

La elección de estas islas no fue casual. Su particular status jurídico permitía la acción y posibilitaba que tuviera, además, la visibilidad que ellos necesitaban. Y que no se tratara nada más de una rareza.

Las islas eran consideradas como Territorios de Ultramar; pertenecían al Commonwealth pero no integraban estrictamente Australia. Eso evitaba que sus fundadores fueran señalados y juzgados como traidores a la patria.

Si bien el archipiélago es bastante extenso, el Reino Gay y Lésbico de las Islas de Coral Sea se instaló en Cato, a la que nombró ciudad capital. Una isla diminuta de tres kilómetros cuadrados de superficie. Una de los pocos lugares a los que se podía acceder de esos atolones y acantilados. Al sector principal se lo bautizó Heaven (Cielo), que además de la acepción celestial era el nombre de un muy reconocido boliche gay de Londres.

Sus residentes sólo podían habitar el territorio en las temporadas más benignas climáticamente del año. Sus actividades no eran demasiadas dada la hostilidad del territorio.

Tenían, como toda nación que se precie, además de sus símbolos, su propia moneda: era el dólar rosa. La principal actividad económica, por llamarla de alguna manera, era el turismo. El avisaje de aves, el buceo (se promocionaba que el pez payaso, el de Buscando a Nemo, era un pez transexual que cambiaba de sexo luego de la muerte de la hembra) y el disfrute de su playa, que se convirtió en un balneario con población exclusivamente homosexual. Otra manera de recaudar que tenían era la filatelia. El Reino tenía sus propias estampillas. Siempre coloridas, con distintas formas y diseños de la bandera del Arcoíris, alguna imagen de la isla y no mucho más. Por extrañas y escasas se convirtieron en las preferidas de muchas filatelistas y su cotización aumentó con el correr de los años.

La creación de este nuevo estado se basó en un principio de la legislación anglosajona. El del Enriquecimiento Injusto (Unjust Enrichment) que sostiene que si algo es tomado (o sacado) de manera injusta, se puede obtener por los propios medios una compensación. Y, también, que las poblaciones oprimidas pueden autogobernarse. El diseño jurídico del reino buscó inspiración en modelos bien conocidos. La declaración de la independencia repetía párrafos enteros de la de Estados Unidos. La ciudadanía se obtenía, como en los inicios del estado israelí, automáticamente, sólo por pertenencia y expresando su deseo de ser ciudadano del Reino. Eso sí, para justificar su status jurídico hubo que alcanzar algún absurdo como que el Reino Gay y Lésbico de las Islas de Coral Sea le declarase la guerra a Australia, única manera de justificar su separación.

Sus autoridades enviaron la declaración de guerra varias veces y en distintos formatos a los gobernantes australianos. Pero la respuesta oficial de Australia nunca llegó. Ignoró de todas las maneras posibles los requerimientos de la nueva micronación. Un auténtico ghosteo estatal. Sin embargo, las autoridades del Reino consideraron que la falta de respuesta, el silencio, lo que hacía era reconocer su existencia como estado, una aceptación tácita. Esta declaración de guerra tuvo un solo reconocimiento oficial australiano. En el parlamento, unos años atrás se izó la bandera del arcoíris y un legislador conservador exigió que fuera quitada porque era la bandera de un estado beligerante.

Y como sus fundadores no se conformaban con poco, la máxima autoridad del Reino era el Emperador. Como tal fue nombrado Dale Parker Anderson, un activista que junto a otros viajó a la isla para hacer su simbólico acto de posesión en un barco que bautizaron el Gayflower, en referencia al histórico Mayflower. Su primer acto de gobierno, el 14 de junio de 2004, fue sacarse una foto en la que se percibe la aridez de la Isla de Cato y sus vientos algo hostiles, mientras sostiene con esfuerzo la bandera colorida que va a izar. Una placa en el lugar recuerda el momento: “El 14 de junio de 2004, en el punto más alto de Coral Sea, el emperador Dale Parker Anderson izó la bandera del arcoíris y declaró que las Islas de Coral Sea son el hogar de todos los gays y lesbianas de todo el mundo. Dios salve a nuestro rey”.

Para entronizar a Parker Anderson se esgrimió, además de su militancia de años, un lejanísimo y muy dudoso parentesco con Eduardo II de Inglaterra, monarca del Siglo XIII que se supone era homosexual.

Esta micronación se disolvió en noviembre de 2017, cuando sus fundadores, consideraron que su misión se había cumplido. Ese mes el estado australiano, después de años de postergaciones, aprobó y legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo.

Fabian S.
Fabian S.https://lgcba.com
CEO y fundador de LGCBA.com. Me interesa todo lo relacionado a recursos humanos, el turismo y el marketing digital. Soy Consultor de Social Media con experiencia en diversas plataformas de comunicación digital. Consultor / asesor en proyectos apuntados al segmento LGTTB

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