Cuando casi todos los días encarar otra serie interminable de Netflix o scrollear Instagram como un autómata tiene más urgencia que tener sexo, surge la pregunta: ¿es que acaso perdí el deseo? Para muchísimas parejas que llevan incontables días de convivencia full time por la cuarentena, la respuesta es un rotundo “sí”.
“Lo empecé a notar en el último mes y medio: ya no tengo ganas. Es como si se me hubiera ido el hambre sexual. Siempre encuentro algo mejor que hacer, busco excusas y si mi novio me busca, me hago el dormido. Encima siento que menos lo hacés, menos ganas tenés. ¿Y si ya no vuelvo a tener deseo como antes?”, se pregunta preocupado Roman (31), quien, como la mayoría lleva más de ocho meses de convivencia obligada las 24 horas con su pareja.
La fórmula de la alquimia misteriosa que enciende las pieles nadie la conoce. Sin embargo, el psicoanálisis mucho ha escrito sobre el deseo y sus mecanismos: “Se necesita de la falta, la ausencia es su motor”, explica Marina Esborraz, docente en la facultad de Psicología de la UBA y coautora de Celos, seducción y vergüenza (La cebra), entre otros libros. “Los celos suelen ser un componente del erotismo de la pareja, pero si el otro ya no puede ausentarse, las parejas que sostienen su erotismo desde esa emoción posiblemente perderán una fuente importante”, agrega.
Que las medidas de aislamiento social se hayan ido extendiendo en el tiempo parece ser la génesis del problema para muchos: “Lo que se escucha en el consultorio es que al principio de la cuarentena el deseo aumentó para muchas parejas por estar más tiempo juntos. El estilo de vida vertiginoso que teníamos nos hacía que faltara el tiempo para el erotismo, el encuentro y la sensualidad. De golpe muchas parejas se encontraron con tiempo y espacio para mirarse, para rozarse y cruzarse. Todo eso activa el deseo que, sin embargo, luego de las primeras semanas descendió. La frecuencia de los encuentros empezó a ser menor”, cuenta Viviana Caruso, directora del Centro Integral de Sexualidad.
Preocupación y miedo atentan contra el deseo
La sensación de agotamiento es generalizada, pero no todo recae en cuestiones vinculares puertas adentro. Hay muchas personas que en plena pandemia temen por su salud o la de sus seres queridos o que se sienten amenazadas por la situación económica. “Si me enfermo y me internan, ¿quién cuidará a mis padres?” “¿Cuánto tiempo más voy a seguir cobrando el sueldo?” Ese tipo de pensamientos recurrentes activan mecanismos de supervivencia asociados a emociones básicas como el miedo y el estrés. “La incertidumbre por lo que nos pasa o nos pasará nos despierta sensaciones exactamente opuestas a las que precisamos para sentir placer. La fisiología de la sensualidad necesita de la relajación para poder ser. Esas emociones afectan nuestro cuerpo y nuestra mente y aniquilan la posibilidad de experimentar deseo”, explica la sexóloga Caruso.
Los desarreglos alimentarios y el sedentarismo en cuarentena son una tendencia muy generalizada a nivel global que, según los especialistas, afecta mucho a la sexualidad: “El sexo es fuente de bienestar físico, psicológico y espiritual. Si bien nos lleva a un estado saludable también requiere que partamos de ese estado. Por eso la alteración de nuestras rutinas repercute en nuestro ejercicio sexual y nuestro deseo”.
Pero, ¿hay solución? Por supuesto, como siempre, la respuesta básica es el diálogo. Para Caruso, el vínculo más saludable es el que tiene mejor comunicación: “Expresar lo que se siente y tener en cuenta de que aunque no se tengan ganas es bueno sentirse deseado. También escucharse y pensar porque en este momento no hay deseo para poder conciliar y negociar después”.
“¿Cómo era esa época en que sí me sentía atraído/a sexualmente por mi pareja?” “¿Qué hacíamos?” “¿Qué cosas nos pasaban?” “¿Qué fantasías no nos contamos?” “¿Qué cosas nos quedaron por hacer?” “¿De qué forma estoy cuidando hoy el vínculo con mi pareja?” son algunas de las preguntas que esta especialista recomienda hacerse para desandar el camino de la inapetencia sexual y reencontrarse con el esquivo y anhelado deseo.