En términos sencillos, la olfactofilia se define como la atracción o excitación sexual causada por olores que emanan del cuerpo humano, especialmente de áreas como los genitales o las axilas. Aunque más común de lo que se piensa, la intensidad de esta atracción puede variar de una persona a otra. Las responsables de esta atracción son las feromonas, sustancias químicas con un aroma imperceptible que provocan reacciones en el cuerpo.
A diferencia del mundo animal, donde la atracción por olores propios de cada especie se da sin restricciones, los condicionamientos sociales, las restricciones culturales y las creencias religiosas nos cohíben a la hora de reconocer que los olores intensos pueden despertar nuestro interés sexual.
Excitarse por un olor no es algo malo; de hecho, la nariz desempeña un papel importante durante el acto sexual, ya sea disfrutando del aroma natural de la pareja o del perfume que utiliza. Es completamente normal que un aroma despierte el deseo sexual, y existen diversos términos para describir las diferentes formas de excitación olfativa.
Un ejemplo de ello es la “Antolagnia“, que se refiere a la excitación causada por el olor de perfumes o flores. También existe la “Ozolagnia“, que describe la excitación sexual generada por el olor del sudor humano, y el “Renifleurismo” para la intensa excitación provocada por el olor de la orina en algunas personas.
La variedad de gustos es amplia y todas son válidas, siempre y cuando no afecten la vida cotidiana de las personas. En otras palabras, tener un fetiche por los olores no es problemático, a menos que estos lleguen a interferir con el trabajo, los estudios o la tranquilidad diaria debido a la obsesión que puedan generar.